jueves, 17 de diciembre de 2009

Los médicos, sin un buen camino


La profesión médica debe ser recuperada como parte de un proyecto moral destinado a la producción de un bien insustituible para la sociedad, que esté centrado en el paciente y tutelado por la justicia de su aplicación universal.
El 3 de diciembre se conmemora en nuestro continente el Día del médico y fue elegido como homenaje al aniversario del nacimiento de Carlos Finlay, médico cubano que descubrió el mecanismo de transmisión de la fiebre amarilla hace más de cien años.

Este es un buen momento para reflexionar sobre el significado de ser médico hoy en una sociedad que con el avance extraordinario de la medicina prolongó en casi treinta años la expectativa de vida de quienes tienen asegurado el acceso a la salud, aunque estos beneficiarios constituyen una minoría del planeta. Este dato cuantitativo, que demuestra el progreso científico pero también califica la inmoralidad de la desigualdad creciente de la comunidad, obliga a reconsiderar con valentía la veracidad del bucólico y equivocado recitado que muestra una imagen inmaculada del médico en el frágil escenario que comparten la medicina y la sociedad.

La existencia esencial de la confianza del paciente y de la vocación asistencial del médico ya no sufre el acecho de su deterioro sino que enfrenta el peligro de su extinción. En el mejor de los casos la confianza de la sociedad se exhibe frente al progreso de la ciencia y no hacia la palabra o el consejo del médico. Lejos están los tiempos de la existencia de un médico de cabecera -de cualquier especialidad pero de segura credibilidad para una familia- que avalara con su palabra la confianza del consejo de un tercero, en una sociedad que hoy, sorprendentemente, en lugar de médicos, necesita y tiene abogados y contadores de cabecera para afrontar la vida diaria.

Los médicos están a lo sumo en una cartilla, quien la tiene, o en la guardia de una unidad asistencial, cuando funciona, o detrás de un número o turno obtenido tras una espera a la madrugada. El médico es un opaco eslabón de un sistema de salud que cuando opera, en el mejor de los casos, debe privilegiar la lógica de la eficiencia y del mercado antes que la profesional. La medicina entendida como el arte del ejercicio de la ciencia médica es hoy víctima de su progreso científico: aleja cada vez más, con especializaciones y subespecializaciones, al médico del paciente, y toda la tecnología -la necesaria y la que nos impone la cultura tecnocientífica de la sociedad- se interpone, dificulta y hasta impide el contacto entre esa dos personas que son el médico y el paciente.

La tensión existente entre la vertiente humanística y tecnocientífica de la medicina se ha inclinado decisiva y peligrosamente hacia la ciencia. Y paradójicamente la ciencia generalmente básica es la que irresponsablemente sale del laboratorio, con algún autorizado y reconocido vocero internacional, a prometer fantasías que están más cerca de la crueldad que de la inocencia.

¿Cómo ejercer con prudencia y verdad la medicina de todos los días cuando se promete la solución próxima de todos los problemas, se anuncia el control del envejecimiento, una expectativa de vida de 120 años y hasta la evitabilidad posible de la muerte? Hay verdades que no se pueden ignorar: tenemos decodificado el genoma humano y volvió el cólera, y en el mismo continente.

No hay enumeración de los derechos de los pacientes, directivas anticipadas ni consentimiento informado, que puedan transformar esta realidad mundial de ruptura vincular entre el médico y el paciente. Nadie quiere volver a "la orden del doctor" pero tampoco es moralmente aceptable que el médico se vea obligado a exhibir un menú de posibilidades diagnósticas o terapéuticas para que el paciente elija. Marcia Angell, de la Universidad de Harvard y ex directora del New England Journal of Medicine, ha añorado el paternalismo, a veces injustamente vilipendiado, razonando hace muy poco sobre cómo "la conversión del paciente en usuario de los servicios de salud lo ha convertido en lo más parecido a un cliente soberano, con derechos; y la cruz es que los médicos se han tornado en dependientes asépticos, que se limitan a ofrecer las distintas opciones de tratamiento y evitan inclinarse por ninguna en particular, incurriendo en un genuino abandono de la persona en situación vulnerable".

No estamos en un buen camino. Los médicos debemos recuperar la profesión como parte de un proyecto moral destinado a la producción de un bien insustituible para la sociedad, que esté centrado en el paciente y tutelado por la justicia de su aplicación universal.
Por: Carlos Gherardi
Fuente: DIRECTOR DEL COMITE DE ETICA DEL HOSPITAL DE CLINICA

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