miércoles, 20 de abril de 2011

Por primera vez, los anticuerpos monoclonales serán producidos en el país

Con el sello de César Milstein
Los anticuerpos monoclonales, esos que le valieron el Nobel a César Milstein en 1984, empezarán a elaborarse en la Argentina. Un consorcio formado por el INTI, el Instituto Roffo, la Universidad de Quilmes y tres laboratorios privados ganó un concurso del Ministerio de Ciencia y Tecnología para hacerlo. El INTI equiparará un laboratorio específico, el cual quedará a disposición de las entidades públicas o privadas que se propongan producir industrialmente estos fármacos. Los anticuerpos monoclonales se usan ampliamente en diagnóstico –desde el test de embarazo que se vende en las farmacias hasta los más sofisticados– y en tratamiento de cáncer y enfermedades autoinmunes. En los últimos años, internacionalmente, sus aplicaciones han crecido mucho. Hasta ahora la Argentina importa todos los que consume, por un valor que superaría los 200 millones de dólares al año.



El proyecto fue seleccionado para uno de los subsidios que el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva dispone, en este caso, para aplicaciones de la biotecnología en el sector salud, por una suma de alrededor de siete millones de dólares. Además de las instituciones públicas, integran el consorcio los laboratorios PharmADN, Elea y Romikin. “Todos veníamos trabajando en conjunto desde hacía años en esta área”, destacó Alberto Díaz, director del Centro de Biotecnología del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial), quien fue director de la carrera de Biotecnología en la Universidad de Quilmes.

El proyecto “elaborará en los próximos años las primeras moléculas de anticuerpos monoclonales que se producirán industrialmente en la Argentina; pero también, estratégicamente, permitirá montar en el INTI la capacidad tecnológica necesaria para que otras empresas o el Estado fabriquen estas sustancias”, agregó Díaz.

Los anticuerpos monoclonales fueron desarrollados por el argentino César Milstein (Premio Nobel de Medicina, 1984) en Gran Bretaña –adonde había emigrado tras el golpe militar de 1962–. Los anticuerpos, ya se sabe, son sustancias químicas que produce el organismo como reacción a la presencia de una molécula ajena, presente por ejemplo en un virus. El anticuerpo es producido por células llamadas linfocitos: al entrar en contacto con la molécula invasora, el linfocito genera una sustancia que les permite a las células del sistema inmunitario reconocerla y destruirla.

Pero los linfocitos no se reproducen fuera del organismo: ¿cómo hacer para producir anticuerpos en cantidades industriales? Este fue el problema que resolvió Milstein: trabajando con ratones, logró fusionar linfocitos con células procedentes de tumores; la célula híbrida así lograda tenía, del linfocito, su capacidad de producir determinado anticuerpo; de la célula tumoral, su capacidad para reproducirse indefinidamente. Todas las células de esta progenie eran iguales entre sí: un solo clon. Entonces: “anticuerpos monoclonales”.

En los años que pasaron desde su creación, los anticuerpos monoclonales se “humanizaron”: por ingeniería genética, se logra que pierdan sus características de ratón –que a su vez generaban reacciones adversas en el organismo–; y se ha perfeccionado la técnica de su producción industrial, que requiere cultivos de células en cantidades enormes. Hoy se utilizan ampliamente en diagnóstico y en tratamiento de algunos tipos de cáncer y de enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoidea. La utilidad de estos anticuerpos reside en que pueden marcar muy específicamente una sustancia: por ejemplo, la que esté presente en la superficie de determinado tumor y sólo allí. Para esto, claro está, hay que desarrollar el anticuerpo específico. “De unos 30 que existen en el mundo, alrededor de diez se importan a la Argentina, por un valor anual de unos 200 o 250 millones de dólares”, señaló Alejandro Krimer, responsable de desarrollo de proyectos del Centro de Biotecnología del INTI. El proyecto haría posible producirlos acá.

Del dinero del subsidio, “unos dos millones de dólares se invertirán en la puesta a punto de una planta de anticuerpos monoclonales en el INTI”, precisó Krimer. Esta planta se ubicará a medio camino entre el laboratorio de investigación y la empresa comercial: “Un laboratorio de investigación trabaja con cultivos de células en recipientes de medio a un litro de capacidad; un laboratorio comercial, con cultivos de mil a dos mil litros; el laboratorio del INTI tendrá una capacidad de 50 a 100 litros, es decir, permitirá concretar el primer paso a escala industrial”.

Krimer explica así la función de esta escala productiva: “Un laboratorio privado nacional difícilmente corra el riesgo de montar una planta de este nivel para desarrollar un producto que tal vez no funcione: al ser estatal, el gasto se distribuye en los desarrollos que efectúen distintas empresas privadas o públicas. Lo que no es negocio para la empresa sí lo es para el INTI, porque se efectiviza un rol de transferencia de tecnología, se emplea mano de obra nacional, se generan productos nacionales, se cobran impuestos y la inversión termina recuperándose”.
Pedro Lipcovich
mejorsalud

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