Programar de
nuevo la vida
Cada uno de nosotros proviene
de una única célula, la célula huevo, resultante de la unión de un óvulo y un
espermatozoide. En el núcleo de esa célula están contenidas las instrucciones
para generar un individuo completo con órganos muy diferentes unos de otros y
que cumplen funciones específicas. En un adulto hay casi 60 trillones de
células, entre las que se han identificado alrededor de 200 tipos distintos.
Pero todas esas células tienen su origen en una única célula huevo que, por lo
tanto, contiene las instrucciones para producirlas.
Esas instrucciones residen en el núcleo de la célula huevo, más
precisamente en sus genes, que no son sino segmentos de ADN. Como en una célula
de mamífero hay alrededor de 30.000 genes, puede imaginarse a la célula huevo
como un libro de instrucciones de 30.000 páginas. Esa célula es, pues,
pluripotente, porque al multiplicarse puede ir dando origen a todos esos tipos
diferentes que se especializan para cumplir ciertas funciones. Aún en un
adulto, algunas células, las células madre, conservan esa capacidad de diferenciarse
en otros tipos.
¿Cómo transmite la célula huevo a sus hijas las instrucciones en
sus sucesivas divisiones? Hay dos alternativas: cada célula hija recibe sólo
las páginas necesarias que le indican cómo especializarse o, por el contrario,
todas heredan el manual completo y luego, de alguna manera, cada una recibe la
señal acerca de qué páginas de ese manual debe leer. Hasta mediados del siglo
pasado, se sostenía que sólo las células germinales -los ovocitos femeninos y
los espermatozoides masculinos- poseían una copia de las instrucciones
completas, mientras que la gran mayoría de las otras células sólo recibían
aquellas páginas que requerían para diferenciarse.
En 1962, John Gurdon, que junto con el japonés Shinya Yamanaka
fue galardonado ayer con el Premio Nobel de Medicina, demostró en Cambridge que
si se aislaba el núcleo de una célula del intestino de un renacuajo y se lo
inyectaba en un ovocito de rana -al que previamente se había despojado de su
propio núcleo-, se desarrollaba un renacuajo completo. Es decir, que la célula
intestinal, aunque estaba diferenciada, tenía la copia de todas las
instrucciones para desarrollar un individuo completo. Deben existir entonces
señaladores (moléculas específicas) que indican a cada tipo celular qué
capítulo del libro debe leer, ya que, con cada división, la célula transmite a
sus hijas todo el libro. Algo hay en el ovocito que "reprograma" los
genes, lo que hace que todas las páginas puedan ser nuevamente leídas. Estos
resultados fueron luego confirmados utilizando el trasplante del núcleo de
células intestinales de ranas adultas. Tal vez la prueba más conocida de la
clonación, que de eso se trata, fue la aportada en 1997 por sir Ian Wilmut
cuando se logró el nacimiento de una oveja adulta, la famosa Dolly, mediante la
introducción en una célula huevo de oveja del núcleo de otra, proveniente de la
glándula mamaria de una oveja adulta.
La demostración original del científico británico sir John
Gurdon produjo una revolución en la biología y lo único sorprendente en el
hecho de que ahora reciba el Premio Nobel de Fisiología o Medicina es que haya
transcurrido medio siglo de realizados esos experimentos.
Tampoco sorprende que comparta esa distinción el japonés
Yamanaka, nacido el mismo año en que Gurdon publicó sus resultados
fundamentales. Al cabo de una accidentada carrera que él mismo ha descripto en
numerosas ocasiones -pronto descubrió que no estaba dotado para la cirugía
ortopédica, que fue su primera actividad-, Yamanaka se dedicó a estudiar las
células madre embrionarias. Estas células son las de los primeros estadios del
embrión, cuando la célula huevo comienza a dividirse. Durante un tiempo, las
células producto de esas divisiones conservan sus dos propiedades
características: la de proliferar dividiéndose activamente y la capacidad de
dar origen a cualquier célula del organismo, es decir, su pluripotencia.
Cuando en 1998 se aislaron esas células a partir de embriones
humanos, a nadie escapó el enorme potencial de ese hallazgo para la medicina,
aunque surgieron de inmediato dos problemas: el cuestionamiento ético que
implicaba emplear embriones humanos y la dificultad de utilizar esas células en
un individuo porque, al provenir de otro, serían rechazadas.
Yamanaka pensó que estas cuestiones podrían resolverse si se
lograba producir células que se comportaran como células madre embrionarias, a
partir de las células especializadas del mismo individuo adulto. Esto no
requería del uso de embriones y tampoco se generaría rechazo. Su idea era, en
síntesis, "reprogramar" células adultas, en su caso de la piel,
dotándolas de propiedades similares a las de las células madre embrionarias. Si
los experimentos de Gurdon demostraban que el núcleo de cada célula adulta
contiene las instrucciones para hacer todo un organismo y que, de alguna
manera, las señales provenientes del citoplasma de la célula huevo lograban
reprogramarlo para que expresara esas instrucciones, tal vez fuera posible
influir sobre el núcleo de una célula adulta diferenciada y así conseguir esa
reprogramación.
Escapa a esta breve reseña el detalle de la metodología
utilizada para investigar esta hipótesis. Baste con decir que, en 2006,
Yamanaka demostró que, mediante la introducción de cuatro factores -los
señaladores a los que se hacía referencia- que influían en el copiado de los
genes, se podía revertir a la célula adulta a unos estados similares al de las
células madre embrionarios. Surgieron así las células iPS (células madre
pluripotentes inducidas), caracterizadas por la capacidad de multiplicarse y
por la potencialidad de generar todos los tipos celulares.
Esta posibilidad de obtener en el laboratorio células de
distinto tipo a partir de células adultas de un individuo brinda alternativas
insospechadas para lograr una mejor caracterización de muchas enfermedades que
afectan al ser humano, así como para intentar su tratamiento. En los escasos
seis años transcurridos desde la publicación de los hallazgos de Yamanaka, se
ha producido una explosión en nuestros conocimientos sobre distintas
alternativas para reprogramar células adultas expandiendo la que hoy se conoce
como "medicina regenerativa", disciplina que ofrece posibilidades
impensadas.
Tanto sir John Gurdon, nacido en 1933 en Dippenhall, Reino
Unido, y que trabaja en la Universidad de Cambridge (donde estableció una
estrecha relación con César Milstein) como Shinya Yamanaka, quien nació en 1962
en Osaka, Japón, y que se desempeña como profesor en la Universidad de Kyoto y
en el Instituto Gladstone de San Francisco, han recibido las más importantes
distinciones científicas en todo el mundo. Sus hallazgos son el resultado de la
colaboración con muchos colegas. Como señaló Yamanaka en 2009, al recibir el
prestigioso Premio Lasker, compartido con Gurdon: "La ciencia es un
proceso que nos permite descorrer los múltiples velos que cubren la verdad.
Cuando los científicos levantan un velo, a menudo, terminan por encontrar uno
nuevo. Sin embargo, cuando uno de ellos es afortunado, al quitar un velo a
veces puede entrever la verdad. Pero es preciso ser consciente de que cada velo
que se descorre es igualmente importante, por lo que no es justo que sólo el
afortunado sea reconocido".
Una vez más, se demuestra que la curiosidad por la curiosidad
misma, que define al ser humano, termina generando avances de una trascendencia
práctica insospechada.
© LA NACION.
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